Carlos Gaviria-Díaz: la honestidad intelectual y la democracia
Éramos ocho los estudiantes que asistimos al seminario El problema de la justicia en el juspositivismo, orientado por el profesor Carlos Gaviria-Díaz en el programa de Maestría en Filosofía en la Universidad de Antioquia. Él era Vicerrector General de la Universidad y tenía que lidiar con complejos problemas en una época –1991– más convulsionada de lo normal. No obstante, las sesiones del seminario comenzaban a las 5.00 p.m. y terminaban a las 8.00 de los jueves del segundo semestre y tenían lugar en su despacho de la Vicerrectoría. Impecablemente preparadas, seguían rigurosamente, tanto el programa como el método del seminario alemán. Cada sesión, inspirada en su maestro Sócrates, lo que estimulaba era la discusión sin dogmatismos y constituía siempre una nueva ventana abierta a puntos de vista diferentes, iluminada por su formidable memoria y por su erudición brillantísima. Cada intervención del Maestro –salpicada de humor, en ocasiones negro, pero siempre fino, como cuando recordaba a Vaihinger– era una fuente de bibliografía complementaria. El rigor de su docencia se notaba también en la cuidadosa lectura de los textos que los estudiantes producíamos, en los que corregía incluso las más leves faltas de ortografía. ¡Qué diferencia de esa dedicación a los estudiantes con los “cursos intravenosos” que hoy tienen que soportar heroicamente buena parte de los estudiantes de posgrado en Colombia, con la aquiescencia, en ocasiones ingenua, en ocasiones cínica, de muchos profesores universitarios!
Carlos Gaviria-Díaz firma el libro de autógrafos Aleph-UN
No obstante el afecto mutuo que nos profesamos, no puedo presumir de haber tenido “amistad” con él, lo que verdaderamente lamento. Mi timidez me lo impidió. La última vez que lo vi fue cuando presentó su bello libro Mito o Logos. Hacia la república de Platón, en el Museo de la Universidad de Caldas –un poco antes lo había presentado en la Universidad Nacional, sosteniendo una vela para que Carlos–Enrique Ruiz pudiese leer el texto de su presentación, pues se había interrumpido la energía eléctrica, luego de lo cual, el Maestro, sin texto a la mano, alumbrado por precariedad de velas estáticas, se paseaba de lado a lado diciendo con reciedumbre su lección de sabio sin pretensiones, en honor de Sócrates/Platón. Al terminar su presentación en la Universidad de Caldas, lo invité para que hiciéramos la conmemoración de los quinientos años de la publicación de El Príncipe, de Maquiavelo, invitación que aceptó con gusto. El cíclico ritual del paro y del bloqueo de las edificaciones en nuestra Universidad impidió la realización de ese evento.
A pesar de lo anterior, quiero referirme en este pequeño homenaje que con tristeza rendimos a su memoria, a dos temas que están íntimamente relacionados. El primero referido a su personalidad. El segundo a su pensamiento político.

Entre las numerosísimas manifestaciones con motivo de su muerte, hay algunas en las que se han referido a él como a un “hombre de principios”, expresión que voy a controvertir.
Comienzo por decir que les tengo miedo a “los hombres de principios”. “Hombres de principios” fueron los inquisidores. “Hombres de principios” han sido el Mono Jojoy, y Mancuso, y los de las FARC y los de los paramilitares. Hoy por hoy nuestro país está repleto de “hombres de principios”, cuyos nombres me abstengo de mencionar. Son todos aquellos capaces de –parodiando fuera de contexto al poeta payanés– “sacrificar un mundo para pulir un verso”. Para los “hombres de principios” poco importan la vida, el sufrimiento, el dolor, la vejación, la humillación, con tal de que prevalezcan “la verdad”, la “democracia, maestro”, “la seguridad democrática”.
“Hombres de principios” son aquéllos de “izquierda” y de “derecha” que, en el campo político permanecen anclados en discursos blindados por la fe en su verdad, inamovible, inconmovible. No era, en este sentido, Carlos Gaviria, un “hombre de principios”. Él estaba empapado de esa virtud escasa que se llama “honestidad intelectual”. ¿En qué consiste esa virtud?
Para responder esa pregunta me apoyo superficialmente en un texto de Ernst Tugendhat –Egocentricidad y mística, de 1997. El tema de la honestidad intelectual lo ha reflexionado Tugendhat una y otra vez a lo largo de treinta años, Aquí me referiré apenas a unas cuantas ideas que nos permitan comprender qué quiero decir con la afirmación de que Carlos Gaviria es entre nosotros un ejemplo de honestidad intelectual.
Para Tugendhat, cuando hablamos de honestidad intelectual estamos frente a la virtud que Sócrates encarna, a saber, “cuando una persona no aparenta saber más de lo que sabe y se cuida de no considerar sus opiniones más justificadas de lo que están”.
Al ser el hombre el único animal capaz de decir “yo”, uno de los aspectos involucrados en su acción es el del reconocimiento. Sinembargo la acción puede estar motivada, bien por la necesidad del aplauso, es decir, del reconocimiento, bien por el gusto de hacer las cosas bien.
A la actitud –nos dice Tugendhat– “de quienes quieren hacer algo bien y no se dejan llevar por el aplauso ni por las opiniones corrientes, sino que se preguntan cómo podrían desempeñar de la mejor manera la propia actividad” es a lo que se llama honestidad intelectual. “El intelectualmente honesto busca por su cuenta lo bueno en su campo”.
Esa actitud –sin entrar en el problema acerca de si constituye una virtud moral o una virtud teórica, pero aplicable a la mayor parte del quehacer humano: moral, científico, artístico, profesional, etc., en una palabra: cultural– en el ámbito de la acción pública, y, más específicamente, política, que fue el ámbito en el que se desarrolló la vida del Maestro Carlos Gaviria, me parece a mí que se transforma o se desdobla en la actitud de lo que Rawls llama “juego limpio”. Podemos decir, entonces, que la virtud del ejercicio político que llamamos “juego limpio”, va de la mano y presupone la virtud que llamamos “honestidad intelectual”.
Ese fue el Carlos Gaviria-Díaz que yo conocí. Un ejemplo de honestidad intelectual como persona. Un ejemplo de “juego limpio” como político.

El segundo tema al que quiero referirme, también de manera breve, es al de su pensamiento y su ejercicio político respecto de la democracia.
Por lo menos desde el sustantivo aporte de Modelos de democracia, de David Held, cuando hablamos de democracia estamos obligados a preguntar: ¿a qué modelo se refiere usted? Sabido es que la mayoría de los países del planeta se presentan como democráticos, en un espectro que va desde totalitarismos, pasando por sistemas unipartidistas y remedos ambiguos como el nuestro, hasta los que se acercan de buena manera al modelo ideal, en el que en gran medida se cumple el equilibrio entre la libertad y la igualdad, conceptos que constituyen las bases de la democracia, como lo explica de manera concisa y clara el libro del profesor Iván Darío Arango, Bases conceptuales de la democracia, publicado en 2013 por la Universidad de Antioquia.
Sobre el pensamiento liberal y pluralista del Maestro Gaviria se ha dicho bastante, aunque aún no se ha hecho un estudio sistemático a partir del contenido de sus sentencias y de sus numerosas intervenciones públicas, pero a tal aspecto no me voy a referir.
Quiero sí, en cambio, referirme un poco al concepto de democracia que tenía en mente el Maestro Gaviria y que guiaba su actuar político, no propiamente desde sus numerosas referencias explícitas al tema en conferencias y discusiones públicas, sino a partir de dos rasgos que me parecen quizás más significativos, y que corroboran lo dicho antes acerca de su honestidad intelectual.
En una conferencia conmemorativa de los diez años de la promulgación de la Constitución de 1991, celebrada en la Universidad Nacional –sede Manizales– nos contaba de su oposición inicial al cambio de la Constitución de 1886, hecho que no tendría nada de singular, habida cuenta de que a muchos colombianos tal cambio les pareció inconveniente.
Lo que sí es aleccionador, fue su dedicación pedagógica a difundir, a explicar y a enseñar por todo el País la nueva constitución, hecho éste que evidencia su convicción profunda de que las normas jurídicas tienen que ser conocidas e incorporadas en la forma de vida de los ciudadanos, requisito sin el cual el modelo democrático no pasa de lo formal. Lo que también está en el fondo de esa actitud es la convicción profunda de la igualdad, en sentido de simetría de los otros, de los conciudadanos.
Sus sentencias constitucionales que sacudieron, aunque no del todo, a esta sociedad aún no acostumbrada al debate público de ideas, pueden ser cantera para la construcción de un “país decente”, lema de su campaña presidencial. Esas sentencias famosas, como las referidas al homicidio por piedad, la dosis mínima, la exclusión de penas para delitos políticos, la participación de la mujer en altos cargos públicos, la autonomía de las comunidades indígenas, la autonomía universitaria y tantas otras, fueron las que lo convirtieron en figura pública nacional, sobre lo que diré algo más adelante. Aquí, sin embargo voy a llamar la atención sobre dos sentencias, menos conocidas: la T – 273/93 y la T – 036/95.
La primera se refiere al derecho a la visita conyugal de una mujer detenida en la cárcel, derecho que un juez había negado en primera instancia y para cuyo ejercicio se le exigía, además, el uso de anticonceptivos.
De la lectura de esta sentencia del Magistrado Gaviria se pueden sacar distintas lecciones, una no menos importante acerca de la formación que reciben muchos de nuestros abogados, pues tal decisión del Juzgado Trece Civil del Circuito de Bogotá, parece –digo yo– como si hubiese sido proferida por el “doctor Cínico Caspa” (¿recuerdan?) Como no es del caso entrar en esa discusión, menciono apenas los títulos de las consideraciones constitucionales en las que fundamenta el doctor Gaviria la impugnación de la decisión del juez y protegen el derecho demandado por la presidiaria: discriminación en razón del lugar de reclusión; discriminación en razón del sexo; amparo de la familia como institución básica de la sociedad.
Incluso de una lectura superficial de esta sentencia, queda claro que esa base fundamental de una democracia decente, la de la igualdad, que está en la Constitución, no está en el espíritu del juez, pero tampoco en el de las autoridades carcelarias que negaron el derecho de la mujer. Tanto las disposiciones escritas del establecimiento carcelario, como la negativa del juez a proteger el derecho de la mujer están empapadas –muy probablemente de modo inconsciente– del espíritu machista del andamiaje judicial. Pero hay más: la idea del estado de derecho y, más aún, del estado social de derecho, no está encarnada en el modo de ser del colombiano, vale decir de la cultura de los colombianos. Y todavía más: la idea moderna del respeto a la vida privada, a la intimidad de las personas, no está enraizada todavía entre nosotros. Un fragmento del texto de la sentencia a la que me estoy refiriendo, palabras del Magistrado Gaviria, es el siguiente:
[…] la acusación de la actora va más allá del simple señalamiento de un trato discriminatorio en contra de las mujeres retenidas y en capacidad de concebir. Afirma la actora que: «La Dirección de Prisiones busca de este modo que ninguna interna pueda invocar el beneficio establecido en el Art. 407 del nuevo Código de Procedimiento Penal…». Es decir, que no sólo se está dando tratamiento discriminatorio a las mujeres en capacidad de concebir, sino que tal discriminación está expresamente dirigida a evitar que tales internas puedan gozar de un derecho consagrado en su beneficio por la Ley de la República. Desgraciadamente, esta Corte tiene que aceptar que el cargo es fundado y que las autoridades encargadas de hacer efectivos los pocos derechos que les quedan a las internas, actúan discriminatoriamente para evitar que se cumpla la ley que juraron acatar y hacer cumplir al tomar posesión de sus cargos. El convencimiento de la Corte, se desprende directamente del Acta de la Diligencia de Inspección Judicial llevada a cabo por el señor Juez Trece Civil del Circuito, en el centro carcelario en que se halla detenida la actora. En tal Acta, consta que el señor Juez fue atendido, para la realización de la Diligencia, por el «Director del Centro Penitenciario JOSÉ ELÍAS ORTÍZ PRIETO», quien manifestó entre otras cosas: «…Es de observarse que si esta Dirección permitiera toda visita conyugal, sin el debido control, en la mayoría (sic) las internas tendrían lugar a quedar en estado de embarazo y como consecuencia legal, impetrarían ante los Jueces de la República, su libertad inmediata, conforme a las normas procesales penales que rigen para estos casos…» Ante semejante admisión del cargo, no puede la Corte dejar de enviar copia de este expediente a la Procuraduría General de la Nación y al Tribunal de Ética Médica, para que procedan a investigar lo de su competencia, porque resulta obvio que en este centro de reclusión se está usando, a plena ciencia y conciencia, el conocimiento médico para burlar la Ley vigente en desmedro de los derechos del recluso”
Paso a resaltar, para ilustrar un poco más la idea de democracia que estaba en mente de quien hoy recordamos con gratitud, aunque con sentimientos de tristeza por su ausencia definitiva, la segunda de las sentencias mencionadas, la T – 036/95. Se trata de una bella sentencia que corrobora no solo los rasgos de la honestidad intelectual y del pensamiento democrático del Magistrado Gaviria-Díaz a los que me he venido refiriendo, sino que también brilla en ella su hondo humanismo, además de que permite comprender la diferencia entre estado de derecho y estado social de derecho. Extraigo directamente de la sentencia el relato de los hechos:
Ismael Simijaca, de sesenta y cuatro (64) años de edad, y Dulcelina Pineda, de ochenta y uno (81), han vivido hace más de veinte años en un pequeño predio de una hectárea de extensión, el cual se encuentra enclavado entre otros predios vecinos, sin acceso directo a la vía pública. Cuentan, por lo tanto, con una servidumbre de tránsito sobre terrenos de propiedad del accionado, señor Elver García Camacho, servidumbre que consta en la escritura pública No. 389, corrida en junio de 1974 en la Notaría Primera del Círculo de Moniquirá.
Recientemente, el señor García decidió impedir el libre tránsito de la pareja de accionantes arguyendo que el sendero por el cual atraviesan su finca, llevando consigo un burro para labores de carga, está destinado exclusivamente al tránsito de personas y no al de animales. Procedió entonces a instalar en el camino puertas cerradas con candado, y cercó con alambre de púas el terreno, obligando a los ancianos a arrastrarse por debajo del alambrado y a cargar al hombro los productos de su finca, con cuya venta se procuran el diario sustento. Sostiene el accionado, que el paso del burro de los peticionarios puede erosionar el terreno sobre el cual se encuentra su casa, poniéndola en peligro.
En este caso, un juez de primera instancia protegió el derecho de los campesinos ancianos a pasar con su burro por la finca del vecino. Pero un juez de segunda instancia, revocó el fallo de la primera. Luego intervino el Defensor del Pueblo en favor de los campesinos. Finalmente, intervino la Corte Constitucional, ratificando el fallo de primera instancia. Los argumentos del Magistrado Gaviria-Díaz se fundan en sus concepciones sobre: la indefensión de los afectados, la dignidad humana y la solidaridad, y la protección a la tercera edad.
De nuevo nos topamos aquí con la idea de igualdad de todos los seres humanos sin discriminación de ninguna naturaleza. Pero esto es lo que todavía no hemos podido aprender buena parte de los colombianos, a pesar de que esa idea esté consignada desde la primera promulgación de la carta de derechos de la Revolución Francesa.
Defensor de esa base de la democracia fue Carlos Gaviria-Díaz. Ese fue el Carlos Gaviria-Díaz que yo conocí. Un ejemplo de demócrata. Un intelectual “cuyo paso por la Corte Constitucional entre 1993 y 2001, y su llegada al Senado con los votos de los universitarios de todas las tendencias ideológicas, constituyen una luz de esperanza para la cultura política de nuestro país. Las sentencias de Carlos Gaviria (…) representan el intento más profundo y sistemático que ha habido en Colombia por asimilar los valores morales propios de la cultura moderna, los cuales aseguran la vigencia de una ética civil”, tal como afirma el profesor Iván Darío Arango.
No obstante, a la luz de lo que nos acontece pareciera que sus batallas no fueron más que batallas contra molinos de viento, como parecen ser también batallas perdidas las de otro hombre ejemplar, me refiero a Antanas Mockus. Ante esto el espíritu tiende a sumirse en la oscuridad de la sin salida.
Sinembargo, si se tienen en cuenta los 2.613.157 votos que obtuvo el Maestro Gaviria como candidato presidencial en 2006. Y si se tiene en cuenta el fenómeno de la Ola Verde, encabezado por Antanas, con sus 3.587.975 de votos en las elecciones presidenciales de 2010, se puede pensar que en nuestro país existe latente una fuerza renovadora, que aún no ha podido ser canalizada. No deja de ser significativo que un número tan alto de votantes en ambas ocasiones, en contra de todas las adversidades de sobra conocidas, puedan apreciar los valores que tanto Gaviria-Díaz como Antanas han encarnado en su trasegar por la vida política colombiana. Cabe esperar, por lo tanto, que sus luchas no hayan sido en vano. Aunque el camino es culebrero…
 
Carlos Gaviria-Díaz y CER (2013)