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En recuerdo de Michel Foucault

1. La muerte de un filósofo

Un extraño silencio se instala en el seno del discurso. Una voz de carne acaba de dejar una voz en el papel. Como cada vez que se escribe una frase, algo se eterniza. Pero esta vez las dos voces no coincidieron nunca más. La separación entre la voz de carne de Foucault y la de su escritura se ha hecho para siempre. Terminada la vida, sólo las palabras o la esperanza restan. Llevadas por el viento las palabras, sólo las cosas quedan. Y entre las Palabras y las Cosas una antigua conjunción guarda el equilibrio, la unión y la diferencia. La desaparición física ocurrida por la muerte, el lunes 25 de junio de 1984 a las 13:15 minutos en el hospital de la Salpetrière à Paris de ese pensador joven aún, 57 años, nos deja fríos y tristes. Hay algo de insólito y absurdo en la vida, Tanatos… algo de improviso y posiblemente de injusto. Algo de increíble… y lo que no se puede decir talvez sea mejor callarlo.

Ninguna tristeza. Foucault sabía reír de lo trágico. Una risa de fuerza y de libertad que abarca irónicamente, como Sócrates, las categorías del pensar moderno. La voz del papel o del libro queda, la única y verdadera voz de los intelectuales. En su lección inaugural en el Collège de France, El Orden del Discurso, Foucault es conciente del imposible eco oral de su auditorio frente a las tesis que él avanza. Imposibilidad de estructurar rápidamente el eco del discurso para responder. La audiencia permanece entonces en su privilegiado silencio de suspensión, de espera y de reflexión.

Sinembargo, Foucault se negó siempre a la “monarquía del autor” y sus “declaraciones de tiranía”. No quería ser el dueño absoluto de sus propios libros, el guardia del sentido único, del significado exclusivo de su obra, el que dicta la ley a los lectores diciendo: He aquí lo que yo quise decir, ustedes no deben entender de otra manera. Soñaba más bien de libros desacralizados, escapados del control de sus autores, de boites à outils (cajas de instrumentos) donde cada cual toma lo que necesita para una construcción lógica y estructurada de su pensar, según su propia necesidad.

Él buscaba entonces ocuparse de “un espacio en blanco”, volverse al fin no-identidad. Escribía para “no tener cara”. ¿Cómo querer clasificarlo, encerrarlo en una ideología cualquiera, en un “istmo” como en otro?
Muchas son las imágenes que se entrecruzan buscando identificarlo, determinarlo. Incomprensible y fugaz. ¿Es un historiador o un filósofo? ¿Figura política o anti-política? Es posible que las respuestas no sean fáciles. O las preguntas impertinentes: “No me pregunte quién soy y no me pida ser el mismo; es un moral de Estado Civil que rige nuestros papeles. Que ella nos deje entonces libres cuando se trata de escribir”, dice en La Arqueología del Saber.

Alguien que no sepa nada sobre Foucault podría creer, leyendo el título de sus obras, que se trata de un historiador: Historia de la Locura (1961) e Historia de la Sexualidad (1976-1984), Nacimiento de la Clínica (1963) o de la cárcel: Vigilar y Castigar (1975). He ahí una mente poderosa que maneja bibliotecas enteras como torres de Babel. Organizando con su talento un sinnúmero de hipótesis sobre la historia y los hechos ya ocurridos, lo que llamará historicidad. ¿Se trata entonces de un simple historiador? Si es así, lo es de una raza especial. Talvez de esa que Hegel llamara Filósofo de la historia, pero sin una dialéctica absolutista. Ocupándose sobre todo de los cambios que se operan en la mentalidad y en los sistemas de pensamiento de una época.

No es un historiador disciplinado y objetivo que sólo se ocupa, como un Tucídides, de narrar los hechos de su época. Por el contrario, Foucault, descubre rupturas y bruscas mutaciones, peor aún: lo objetivo y el objetivo de su trabajo no es tanto la reconstrucción del pasado como la historia del presente. En efecto, las evidencias actuales, sobre todo la evidencia de la Razón y de la Ciencia, le permiten buscar los pilares, a partir de una arqueología del saber o de las categorías que condicionan el pensar, sobre las cuales dicha evidencia se aparece como Evidente. La búsqueda de “una exploración de transgresión”, como Pierre Bourdieu califica la gestión de Foucault, es la búsqueda de dichos pilares. El trabajo de Foucault se presenta como una ruptura del dicho orden establecido entre el campo social de lo normal. Lo “normal” es separado de lo patológico. Es esta separación del anormal, llamado loco, en la sociedad clásica que encanta las primeras reflexiones de un Foucault en la Historia de la Locura en la Época Clásica. Es un estudio del origen social e histórico de la secreción material hecha en el asilo entre el normal y el a-normal o patológico (el loco y el enfermo). Criticando el dicho saber-médico-racional-científico, Foucault observa que el internado psiquiátrico, la normalización sicológica de los individuos y de las instituciones penales (Vigilar y Castigar), sólo tienen un papel limitado para quienes no consideran otra cosa que la apariencia de sus simples funciones económicas. Lo que no impiden que jueguen un papel esencial en la maquinaria del poder. Hasta tal punto que basta calificar de loco, a los ojos de la comunidad, un individuo ideológicamente peligroso, para que éste pierda todo su poder de convicción social. Esta calificación viene del control del discurso social por quien tiene el Poder.

De allí nace una crítica no tanto del poder como tal, sino de su significado mismo. El movimiento de la critica de la noción de poder es como el de la crítica de la razón pura de Kant; es decir que él busca llevar la noción de poder in extremis y contra si-misma para destruir su poder de Verdad. Ninguna verdad y ningún Poder es absoluto o eterno, constata Foucault. Sinembargo su trabajo de crítica, de tribunal de juzgado no es analítico como lo es el de Kant, sino digamos histórico, pues sirviéndose de archivos y hechos pasados explicados a partir de las categorías del pensamiento presente a las cuales han dado origen, Foucault muestra que la manera como nosotros pensamos hoy lo normal se basa en una negación de lo no-normal; por eso las instituciones con el Poder de su lado, que manejan lo normal, no son eternas ni absolutas. Y la verdad que ellas dicen juzgar es susceptible de error y de horror como cuando se condena un inocente a veinte años de cárcel o se encierra a un individuo normal en un asilo bajo pretexto de locura.

El interés de Foucault es de hacernos comprender que hasta los saberes más exactos son transitorios y mortales, como el hombre mismo. Que ellos resultan de un agenciamiento de representaciones de las cuales las encuestas históricas revelan el origen y el fin. La verdad no es, sólo hay discursos históricamente ordenados, que producen, por cierto, “efectos de verdad”, determinando los limites para una época entre lo que se puede pensar y lo que no se puede pensar. Para Kant se trataba de lo que “me es permitido hacer”, según una Moral pura; para Foucault se trata de lo que se puede (Poder) pensar de una y en una Época de la historia. Sobra decir que esos “efectos de verdad” no son válidos por sí mismos; es decir, son tan relativos como el relativismo mismo. Así nos encontramos entonces frente a un relativismo absoluto o suspensión del juzgar. Ese saber o poder permanecer sobre la cuerda floja como un bailarín cuando se trata de emitir un juicio sobre lo abstracto, lo ideal, lo absoluto, es Filosofía.

Una de las preocupaciones de Foucault era de responder a la pregunta: ¿Qué hacer después de que Nietzsche destruyó la noción de verdad? Es decir, qué hacer después de Nietzsche? Sólo una perspectiva histórica es realizable. El mismo Nietzsche la propone en el capitulo VII del ALEGRE SABER: “Dónde se ha hecho una historia del amor, de la avidez, de la envidia, de la conciencia, de la piedad, de la crueldad? Una historia comparada del derecho o simplemente de penas, nos falta…” Foucault encuentra allí su impulso intelectual haciendo una historia de la sexualidad, con avidez y envidia incluidas.

Esta utilización del elemento histórico en la filosofía se parece a la de Marx, quien parece separarse de la reflexión metafísica para abordar la reflexión histórica. Sinembargo, hay diferencias entre Marx y Foucault; el primero cree aun en la certeza de la Historia y de la Ciencia, el segundo no cree en ninguna certeza y muestra imposibilidad de una certeza dialéctica de la historia mostrando que en ella hay secreciones y bruscas rupturas que la misma historia no explica y no puede explicar, pues son debidas a lo que no se puede pensar en ese momento o época de la historia.

Talvez una de las grandes reivindicaciones intelectuales de Foucault sea la Intelectual como pensador del Presente. Ya no se trata de pensar el Universal o el Absoluto; pues hay en la natura de la razón una incapacidad esencial de hacerlo. Se trata dirá Foucault, de un Espíritu poderoso que destruya a todo momento todas las evidencias, comenzando por la evidencia del sentido común y la de su dicha Verdad, desenmascarar todo universal y todo absoluto. El intelectual de hoy debe señalar los puntos débiles del régimen que él habita y sufre, las líneas de fuerza que soporta tanto él como los ciudadanos. Él debe de ser un Espíritu de lo relativo, pues su pensamiento es el de lo presente, ya que lo pasado es una creencia y lo futuro una inducción de Fe o abuso del pensar mismo.

2. Moral y placer

Para Ofelia G. de V. y su gran coraje ético.

Viaje entre grecos y latinos

Histoire de la Sexualité –Historia de la Sexualidad – es la obra monumental de penetrante reflexión que Michel Foucault comenzó en 1976, cuando aparece el primer tomo: La Volonté de Savoir –La Voluntad de Saber-, presentándose como la introducción teórica, rápida y un poco a priori de un conjunto de seis volúmenes, de los cuáles sólo aparecerán tres, pues la muerte se adelanta al a priori de la reflexión de Foucault. En el primer tomo, publicado en 1976, se anuncia el color de su tesis, prometiendo de aclararla más tarde. No es cierto, dice, que el sexo sea objeto de represión y de prohibición en la sociedad contemporánea (es decir, en la que se construye después del siglo 18). Al contrario, ella ha hecho de él su ídolo y su soberano. La sexualité es un invento moderno que por medio de la moral, la educación, la religión, la cocina, el psicoanálisis y la televisión… nos gobierna. Es el secreto del cuerpo el menos guardado en la vida pública y le interrogamos a diario para que nos diga la verdad sobre nosotros mismos.

Esta afirmación produce reacciones de molestia, pues ella va contra las idea entonces en boga. Sinembargo, los crípticos esperaron la publicación del desarrollo de la tesis de Foucault para emitir sus juicios críticos.

Pero esa continuación no llegaba; desde hacía ocho años Foucault reflexionaba sobre el desarrollo a seguir, pero éste no se ponía en marcha. Un silencio envolvía el gran filósofo y un rumor se levantaba entonces: ¿Foucault está acabado? ¿Habrá negado seguir una idea reconocida como falsa? ¿La empresa de una historia de la sexualidad no será desmesurada, absurda o un falso trabajo?

Pero, sólo los fieles que seguían sus cursos en el Colegio de Francia sabían que esas preguntas eran sin fundamentos. Y que el largo silencio del filósofo se debía a un cambio de dirección importante en su pensamiento y en el desarrollo de su tesis. Foucault aprendía un nuevo trabajo: el de historiador de la antigüedad. Él decía entonces: “¿de qué sirve el empeño del saber si él no asegura de alguna manera, además de la adquisición de conocimientos, los errores y los vagabundeos del espíritu de quien conoce? Hay momentos en la vida donde la pregunta de saber si se puede pensar de otra manera a la que uno piensa y percibir de otra manera a la que uno percibe es indispensable para seguir pensando o mirando”. Pues, diríamos nosotros, de qué sirve llegar a puerto y estacionarse allí cuando el pensamiento es siempre movimiento? O recordando las palabras de Cromwell: “Un hombre no va nunca más lejos cuando sabe a dónde va”.

Así, Foucault, prefiriendo el placer de la aventura a la seguridad del barco anclado en puerto se dedica a las delicias del “vagabundeo” del Espíritu por el infinito extendido del pensamiento, mientras que el público y los críticos esperaban que pasara siempre por el lugar preciso indicado como pasan los trenes por rieles ya trazados. Como si el pensamiento pudiera igualarse al itinerario de un tren.

El segundo tomo, titulado: L’Usage des Plaisirs, La Utilización de Placeres, nos conduce con los griegos del siglo cuarto a. de J. el tercer tomo: Le souci de Soi, La preocupación de Si, nos lleva con los latinos del siglo dos de nuestra era. El cuarto (y último tomo) estaba previsto para el año entrante y se titularía: Les aveaux de la Chair, Confesiones de la Carne, estudio sobre los Padres del Cristianismo.

Foucault se explica, en la introducción de L’Usage de Plaisirs, sobre las razones de su cambio de dirección.

Su propósito, nos dice, no era el de hacer una historia de las ideas o de las mentalidades, sino el análisis de una experiencia particular y vital: la que indica el por qué “los individuos se reconocieron como sujetos de una sexualité. Luego esa noción de sexualidad y de placer no es una base intemporal del hombre. Ella es histórica y cambiante. Susceptible de ser determinada. Ella es un invento moderno nacido de la experiencia cristiana de la carne y del pecado. De allí la idea de buscar antes del cristianismo para así analizar la manea como se constituyó históricamente el “hombre de deseo”.

Ahora la dirección del pensamiento de Foucault es de analizar las prácticas que llevaron al individuo a un interés de sí mismo, descifrándose, reconociéndose y confesándose como sujeto de deseo. En otras palabras, la historia de la sexualidad debería de volverse una “historia del hombre de deseo”.

El descubrimiento de Foucault por el camino de esa “genealogía” del deseo fue de observar como la moral estaba constituida. La pregunta en suspenso era: ¿Cómo en una sociedad que no conlleva una gran prohibición, el hombre llega a establecer una práctica sexual? ¿Por medio de qué mecanismos, a partir de qué experiencias el comportamiento sexual se volvió “objeto de inquietud, de debate y de reflexión”?

Foucault buscó respuesta a esta interrogante en los textos (discurso, obras filosóficas, tratados medicales, preceptos médicos y pedagógicos e interpretaciones de sueños…) que tienen por objeto proponer reglas de conducta, dar consejos y puntos de vista. Textos teóricos y prácticos a la vez, puesto que ayudan a elaborar una técnica de vida, a curar, sino calmar, los tormentos del alma y del cuerpo ayudando a construir su vida armónicamente.

Es por eso que estos dos tomos de Foucault, el segundo y el tercero, no se presentan como combates especulativos y conjeturales a la manera de sus otros libros, sino más bien como un sabio y modesto viaje por el país de un enorme biblioteca donde se encuentra todo lo que una sociedad, en una época determinada, escribió sobre ella misma.

Lo que nace de una lectura cuidadosa, dice Foucault, es la muestra de que la moral sexual se estableció en la antigüedad, a partir de un dominio de sí, de una eliminación de pasiones corporales, de un arte de vivir asegurando “la soberanía de sí sobre sí”. Es por eso que los aphrodisia – “placeres del amor” – aparecen como un elemento en conjunto que encierra la medicina, la dietética, el gobierno de la casa y de la Cite, y convergen en un solo objetivo: dar al hombre libre – el único que necesita de una reflexión moral y filosófica- el dominio de su ser, la capacidad de manejarse y manejar los negocios de la colectividad, la aptitud de ser un modelo para los demás. Lo que cuenta sobre todo es el estilo de vida, la moderación del comportamiento, el equilibrio personal hasta cuando todo parece derrumbarse a nuestro alrededor: amor familia, dinero.

Por ello, lo que pone problema en materia sexual, no es tanto la existencia de una dualidad del deseo, hacia las mujeres o hacia los hombres, como el guardar la misma altura y dignidad en el comportamiento frente a todo objeto de amor. La sexualidad, dice Foucault, no se divide en homo o en hetero-sexualidad, sino entre comportamientos activos de carácter energético, es decir en campos de energía sea activa, el hombre, o pasiva, la mujer. El deber del hombre es demostrar en toda ocasión su superioridad viril y sentido del honor (sin ejercer ninguna violencia o injusticia contra el objeto de su amor, en particular su mujer).

Esta concepción de la moral, explica, según Foucault, que de lo que se trata en los textos, no es el amor con las mujeres, el cual responde a las reglas claras, sino el amor con los jóvenes, el cual se golpea contra una gran dificultad: ¿cómo admitir que un joven pueda ser objeto de amor de otro joven- teniendo así un papel pasivo- mientras que su destino es de ser un hombre activo y dominante? Lo que pone problema no es tanto tener relaciones homosexuales – sentir amor por un ser joven y bello es considerado como legítimo-, como el hecho que un hombre pueda, en un momento de su vida, vivir una relación sexual que lo iguala a las mujeres y a los esclavos.

A los filósofos no faltó argumentos para tratar de resolver el problema, diciendo (véase Platón, El Banquete) que el amor por un joven era más virtuoso y puro que el amor por una jovencita, puesto que el primero releva de una igualdad de orden y de fuerza (dos activos), mientras que el segundo es hijo de una desigualdad entre dos órdenes distintos –el hombre y la mujer- y dos fuerzas distintas (una activa, la otra pasiva). Dicen que el primero lleva a la amistad y sabido es que para los griegos ese sentimiento es puro, el más bello y el único que justifique la vida. Sinembargo, había en la cuestión un tema de turbulencia impasible y que es necesario repensar.

La tendencia a la abstinencia

El resultado de esta moral antigua es la tendencia a la abstinencia y al ascetismo, contrariamente a la imagen que nuestro espíritu decadente se hace de una Grecia dedicada al libertinaje. Evolución moral que Foucault ve triunfar con los estoicos del siglo dos de nuestra era, al igual que una desconfianza cada vez más profunda por el acto sexual como tal considerado como una fuente de perturbación espiritual y una pérdida de energía. Esta tendencia a la abstinencia no se debe, como podría pensar un espíritu mediocre, a la maleficencia de la carne y a un pecado del cuerpo –como es el caso de la moral cristiana- sino a un deseo llevado al extremo de preservar el individuo de toda dependencia inútil y material, de permitirle un consagrarse por completo al conocimiento y dominio del sí.

Así, Foucault establece una larga continuidad entre la sexualidad de los griegos y la de los latinos del siglo dos fundada en una madurez de la moral del dominio de sí y de la autonomía del individuo. Para Foucault, esta ética se opone a la del cristianismo que se funda en la sumisión de reglas trascendentales enunciadas e impuestas por distancias de dominación.

De allí, a suponer que Foucault quiere decirnos otra cosa y que a través de los griegos es de nosotros que él nos habla, hay sólo un paso que dar es una tentación. No es la primera vez, en el pensamiento occidental, que el pasaje por los griegos aparece como un rodeo necesario para quien proyecta la creación de una moral. Por cierto, el propósito de Foucault no es tan explícito. Su pesimismo es demasiado grande, su escepticismo demasiado radical para que pueda autorizarse un programa de puerto, fijo y anclado como todo programa que pretenda funcionar. Sinembargo, procediendo por alusión describe una situación ética que, según él, no carece de analogías con la nuestra. La de un mundo sin leyes éticas absolutas y sin ideología triunfante, dónde el individuo podrá al fin encontrarse consigo mismo, investirse enteramente en sus relaciones con los otros, con los placeres, la belleza y el arte-

Hacer de esa vida una obra de arte, construyendo su individualidad independientemente de estructuras sociales, económicas o políticas… y hasta lejos del fracaso amoroso de un marido ebrio… ese programa implícito; Foucault no nos dice que es necesario ir a buscarlo en los griegos, pues cada época debe definir sus relaciones con lo verdadero, lo social, lo técnico… Sinembargo nos describe un mundo que podría parecerse a ese hacia el cual nos encaminamos o hacia el cual el mismo Foucault aspira.

Los griegos eran serenos, púdicos y tolerantes. Tres virtudes, nos dice Foucault, sobre las cuales nuestros contemporáneos debieran meditar.

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Notas

(*) Se trata de dos artículos publicados en el suplemento dominical del diario “La Patria”, de Manizales (Col.), el 22 y el 29 de julio de 1984, como “Notas de París”.

(1) Michel Foucault nació el 15 de octubre de 1926 en Poitiers (Francia). Hijo de un médico, Michel Foucault, fue maestro de conferencias entre 60/62, luego profesor de filosofía entre 64/68 en la Facultad de Letras de Clermont-Ferrand. Profesor en la Université de Vincennes entre 68/70, donde Deleuze continúa hoy sus cursos. Ocupaba la cátedra de Historia de Sistemas de Pensamiento en el Collège de France desde 1970.

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Edición No. 150